lunes, 12 de octubre de 2015

Ventanas Rotas (3)

Por allá por la década de los años 40 del siglo pasado se inició la construcción de las urbanizaciones La Castellana y Altamira, la ciudad de caracas cambiaría en los próximos 20 años más que lo que había cambiado desde su fundación en 1567, hasta entonces. 

El aledaño pueblo de Chacao sufriría más que una transformación, su destrucción. Las casas coloniales fueron sustituidas por edificios de poco atractivo arquitectónico y todo el acervo histórico del pequeño pueblo quedó relegado al nombre de algunas calles. En la Hacienda Blandín, San Felipe y La Floresta, que pertenecieron a Blandín y los padres Sojo y Mohedano, se cultivaron a gran escala las primeras plantaciones de café en 1784. Allí tenia su escuela de música el Padre Sojo, y las familias caraqueñas amantes de la música se trasladaban hasta allá para escuchar pequeños conciertos las tardes de los sábados.

No llegué a conocer el Chacao rural que sobrevivió hasta los años 40 del siglo XX, pero si llegué a conocer la Baruta de principios de los 70. La recuerdo muy parecida a cómo es El Hatillo, casitas de tejas y paredes blancas, el típico pueblo colonial venezolano, con algunos restaurantes antes de la entrada del pueblo y el famoso Montmartre a pocas cuadras de la iglesia. Sin embargo, en menos de 10 años Baruta se convirtió en un barrio más de la capital.

Hotel Majestic, Caracas.


¡Que distinta sería Caracas si la ciudad moderna hubiese respetado los cascos históricos! Si las nuevas edificaciones se hubiesen construido alrededor de los pueblos que existían en el valle capitalino. Tenemos a Usaquén y La Candelaria en Bogotá, los cascos históricos de Cartagena, Ciudad de Panamá y Quito como ejemplos cercanos, donde la arquitectura colonial se conserva, cuida y respeta.


Demolición del Hotel Majestic

El interior del país no escapa ese afán destructivo. Gente de la Corporación de Turismo de Miranda, por ejemplo, me comentaron alarmados como pueblos del interior del estado están convirtiéndose en barrios, demoliendo casitas coloniales para construir edificaciones de dos pisos más parecidos a una caja de zapatos con ventanas. El páramo merideño también sufre esa metamorfosis. El pueblo de Santo Domingo ya dejó de ser un típico pueblo andino para asemejarse más a un barrio de cualquier ciudad de Venezuela. Igual suerte correrán Mucuchíes y Apartaderos. En ambos se han levantado pequeños bloques de edificios de 3 a 5 pisos que rompen por completo con la arquitectura de la zona. En Apartaderos, un polideportivo, cual prominente verruga, se yergue en medio del pueblo, afeando toda la panorámica del mismo. Deseo dejar claro que estoy absolutamente a favor que humildes venezolanos puedan tener acceso a vivienda propia, lo que jamás entenderé ni apoyaré es el desmesurado esfuerzo por construir adefesios arquitectónicos. 

Los regímenes comunistas jamás se han destacado por la belleza de su arquitectura. Debe haber sido algo especialmente triste asistir a una escuela de arquitectura de cualquier universidad de la extinta Unión Soviética, y esta versión tropicalizada que padecemos aquí desde hace 16 años no tenía porque se diferente. Ya vimos como destruyeron el proyecto de El Paseo Vargas a los largo de la Av Bolivar, al construir “soluciones habitacionales” con planos traídos de Bielorrusia. En el páramo empiezan a surgir versiones a escala de estos edificios, mas pequeños, pero igual de feos, o casitas aptas para otros climas, pintadas en estridentes colores que quizá lucirían bien en El Saladillo, pero no en medio de las montañas andinas.

Hace unas décadas destruímos pueblitos coloniales en medio de la vorágine urbanista. Los gobiernos de turno, con instituciones débiles, no hicieron nada para evitarlo. Hoy en día pareciera que es el mismo gobierno desde donde se promueve la destrucción de lo poco que nos queda.

Espero que cuando salgamos de esta pesadilla roja y nos veamos en la necesidad de recurrir al turismo como fuente de divisas, las autoridades a cargo puedan revertir el proceso de destrucción de nuestros pueblitos.

Ya que el instituto de patrimonio es aun mas débil que el ministerio de ambiente, pueden las alcaldías, gobernaciones y sector privado, sensibilizarse a los habitantes de esos pueblos para que conserven su arquitectura, ya que es ese pueblito pintoresco lo que atrae al visitante. De lo contrario solo nos quedará ver cómo eran en los parques temáticos Los Aleros y La Venezuela de Antier. El programa Casas Blancas empleado por la Fundación Santa Teresa pudiera aplicarse para evitar el deterioro arquitectónico de los pueblitos en todo el país.

Tenemos excelentes ejemplos en Choroní o San Pedro del Rio en el Edo Táchira, donde sus pobladores han cuidado y mantenido las casas típicas del lugar, lo cual le proporciona al visitante un experiencia muchísimo más agradable y acogedora. El programa Casas Blancas empleado por la Fundación Santa Teresa pudiera aplicarse para evitar el deterioro arquitectónico de los pueblitos turísticamente explotables en todo el país y sensibilizar al habitante para hacerle ver la importancia de preservar su comunidad o pueblo lo más autentico posible.

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